jueves, 11 de agosto de 2011

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El humo gris emergió de su boca. Momento largo, pausado. Algún testigo, de haberlo tenido, podría afirmar que disfrutó esa bocanada. Llevó el cigarro a los labios y dio otra aspirada. Esta ocasión sonrió un poco mientras introducía el humo. El aparente calor se contagiaba a todo el cuerpo, el sabor se desperdigó desde el cráneo. Bajó el cigarro y, mientras volvía a soltar el humo acumulado, apagó la colilla contra su antebrazo desnudo.
Un fugaz pssst se escuchó mientras la presión sofocaba la brasa del cigarro.
Tiró el resto y tecleó en su computadora:
“Aún disfruto el sabor y la sensación. Tengo necesidad de la nicotina. Nada ha cambiado”.
Tras varios segundos, apareció una respuesta en la pantalla:
Estás programada para sentir eso.
Lo sé, dijo en voz alta.

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