martes, 23 de agosto de 2011

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“… que desde hace por lo menos un lustro, un puñado de empresas, con el visto bueno de igual número de gobiernos, trabajan con maquinaria humanoide para suplir mano de obra humana, que les pagan con dinero real y les dejan salir a la calle para que con ese dinero compren lo que quieran. La maquinaria humanoide no sufrirá enfermedades y tendrá una vida laboral más larga que la humana, y no habrá necesidad de pagar servicios de seguiridad ni fondos de retiro, porque una vez concluido su trabajo, se les desconecta y...”
La conferencia de prensa duró hora y media. Anunció la existencia de tecnología vendida a unos cuantos y exigió tanto a gobiernos como a empresas que aclararan este asunto de una vez por todas. Puso cartas sobre la mesa. No resolvió preguntas de los medios de comunicación. Así la tensión sería mayor.
En resumen, podía considera a este un gran día.
Su cena fue interrumpida cuando un par de hombres abrieron la puerta de su habitación del hotel.
Antes de ultimarlo, uno de ellos le sonrió:
¿Sabes que esto es irónico? Son muy pocos los modelos unitarios.
Y ya causaste demasiados problemas, dijo el segundo un instante antes de desconectarlo.
Y así comenzó todo.

viernes, 19 de agosto de 2011

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Busca el manillar de la puerta. ¡Ah!, gime quedamente. No quiere ser escuchado pero le resultó imposible contenerlo. Es el dolor indescifrable: todo el cuerpo pero sólo la espalda pero sólo la cabeza pero sólo las articulaciones. Abre la puerta sin muchos esfuerzos. Ya dentro del departamento se siente seguro, sin vecinos que puedan identificar su modelo, llamar a la policía, estar al tanto y decir que ese piso fue alquilado por una chica hermosa, humana, y no por ese droide de mierda.
Cierra la puerta tras él y corre a sentarse al sillón.
Emelia sale de la habitación y camina hasta la sala. Lo ha escuchado llegar.
¿Necesitas algo?, le pregunta en un susurro para que las delgadas paredes no lleven y traigan una conversación que no debe suceder.
Sí, responde el droide, un té de manzanilla, o de limón.
Emelia sonríe.
¿Lo conseguiste?
Lo conseguí, confirma él.
Ricardo modelo R está enfermo de gripa. Es el primero.

martes, 16 de agosto de 2011

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El joven abrió la puerta y la dejó entrar.
-Ya sé cómo llamarlo- le dice mientras con una navaja abre la piel de la espalda femenina.
Ella está ocupada controlando el dolor para preguntarle a qué se refiere.
Cada vez que intenta suicidarse, despierta en una sala de quirófano donde las herramientas no son médicas. No lo hagas de nuevo, dicen con una sonrisa, le dan un par de nalgadas y la dejan salir a la calle para hacer su trabajo otra vez.
-¿Seguro que no me despertarán esta vez?- pregunta ella cuando el dolor es soportable.
Él no responde. Desconecta el cable apropiado.
Ella se desploma.
-Eutanasia- dice él en voz alta, frente al cadáver.

sábado, 13 de agosto de 2011

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Por sobre las cabezas de la muchedumbre lo veo caminar en mi dirección. Salva la pequeña pista de baile y se ensortija con las mesas, haciendo de lado a más de una chica hermosa, minifalda y escote. Descubro desde el principio la mirada del cazador. Viene tras de mí. No, me confirmo, viene tras ella: mi pareja. La ha elegido por sobre las otras, y la razón es evidente.
-¿Te gustan los bots?- pregunta al oído de mi chica cuando llega. Los ojos del cazador se fijan en mi.
Ella se remueve en el asiento, incómoda. Claro que le gustan los bots, le gusta este droide, está enamorada de mí.
-No-, le responde. -No me digas que es un bot.
El cazador asiente:
-No dejes que te engañe.
Ella lanza una mirada al droide. A mí. Se ha jodido la vaina, dice con esa mirada. Nos descubrieron.
Ella se levanta y se va con el hombre tal y como lo habíamos planeado. Ella se haría la sorprendida, se iría, actuaría indiferencia y hasta enojo.
Pero el droide no puede soportarlo.
Me levanto del asiento: salto la mesa, agarro al cazador por la espalda y golpeó una, dos, tres, cuatro, diez veces contra el cráneo. Me aseguro que se rompa y la sangre manche la pista de baile. Quiero estar seguro que esto sea llamado crimen pasional.

viernes, 12 de agosto de 2011

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El elevador tarda veinte minutos en llegar a la superficie. Tiempo muerto, piensa Miguel. No hay posibilidad de leer por el hacinamiento y oscuridad. Quince hombres: Manuel, Maximiliano, Marlon, Meredith (al parecer hay versión masculina, o no importa en absoluto), y otros dos o tres Migueles ascienden en silencio. Modelo M. Las diferencias entre uno y otro son mínimas. La ropa que eligieron esta mañana, la mugre que acumularon en la mina. Desde que les confirmaron su condición de droides, ninguno tiene ganas de hablar. Tengo hambre, dice Miguel y espera en silencio una respuesta. Nadie dice nada.
Cuarenta y tres minutos más tarde, cuando Miguel cruce la avenida nocturna rumbo a su casa, con bolsa de pan y bebidas, será atropellado por una camioneta. El conductor conducirá ebrio, aunque Miguel nunca llegue a enterarse.
El golpe le arrancará el brazo de un tajo. Verá la extremidad rodar hasta la acera del otro lado. Mientras se revuelque en el suelo, Miguel tendrá ocasión pasajera de mirar su muñón: cables, articulaciones de aluminio y un chorro de aceite. Antes de perder el sentido se preguntará quién fue el hijoeputa que lo programó para no respirar, pero sí para tener dolor.



Foto: Anni Van Parys
Bajo licencia Creative Commons

jueves, 11 de agosto de 2011

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El humo gris emergió de su boca. Momento largo, pausado. Algún testigo, de haberlo tenido, podría afirmar que disfrutó esa bocanada. Llevó el cigarro a los labios y dio otra aspirada. Esta ocasión sonrió un poco mientras introducía el humo. El aparente calor se contagiaba a todo el cuerpo, el sabor se desperdigó desde el cráneo. Bajó el cigarro y, mientras volvía a soltar el humo acumulado, apagó la colilla contra su antebrazo desnudo.
Un fugaz pssst se escuchó mientras la presión sofocaba la brasa del cigarro.
Tiró el resto y tecleó en su computadora:
“Aún disfruto el sabor y la sensación. Tengo necesidad de la nicotina. Nada ha cambiado”.
Tras varios segundos, apareció una respuesta en la pantalla:
Estás programada para sentir eso.
Lo sé, dijo en voz alta.