Cuarenta y tres minutos más tarde, cuando Miguel cruce la avenida nocturna rumbo a su casa, con bolsa de pan y bebidas, será atropellado por una camioneta. El conductor conducirá ebrio, aunque Miguel nunca llegue a enterarse.
El golpe le arrancará el brazo de un tajo. Verá la extremidad rodar hasta la acera del otro lado. Mientras se revuelque en el suelo, Miguel tendrá ocasión pasajera de mirar su muñón: cables, articulaciones de aluminio y un chorro de aceite. Antes de perder el sentido se preguntará quién fue el hijoeputa que lo programó para no respirar, pero sí para tener dolor.
Foto: Anni Van Parys
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