sábado, 28 de noviembre de 2009

Moda cultosa (Colaboración para El Ocotito Diciembre 2009)


Es común, sobretodo en las urbes, encontrar promoción de algún acto relacionado con la iniciativa privada o con el servicio público, que además de anunciar su actividad principal, ofrece, con tipografía resaltada, actividades culturales.

Encuentros de emprendedores, congresos o seminarios sobre salud, el inicio de la temporada escolar y hasta centros comerciales ofrecen, para asistir, participar o llegar a comprar, a la cultura como un aliciente.

De primera mano eso es algo positivo. Parece evidenciar que la cultura vende cada vez más. Sin embargo, lo que de verdad deja de manifiesto es que 1) la sociedad aún no termina de comprender lo que significa cultura, 2) lo que se ofrece como actividad cultural casi siempre es un hecho escénico, o si bien nos va una exposición pictórica y, 3) la calidad de lo que se ofrece suele ser ínfima.

Camine un domingo por Plaza Galerías o Las Américas. Observará un escenario, un conjunto musical o de bailarines junto a una serie de cuadros con bodegones y paisajes a precios incomprensibles.

No todo es malo. Estos escenarios tienen una función real y positiva. Son el escaparate de grupos y productores artísticos nacientes. Talleres escolares o bandas adolescentes de rock los necesitan para foguearse, darse a conocer y poner a prueba su temple. Las casas de cultura hacen lo mismo para  satisfacer una necesidad cultural básica: expresar a partir del lenguaje artístico elegido.

Sin embargo, no debemos olvidar que el arte tiene una razón de existir. La confrontación del espectador con lo que observa, para así llegar, por partida doble, a la empatía y a la autocomprensión.

Cuando la gente asiste a una obra de teatro donde se le ha dicho que, por ejemplo, “la mujer sufre y es culpa del macho de la casa”, los espectadores salen satisfechos de sí mismos porque se han cultivado. Cubrieron su cuota de arte. Lo que en realidad sucedió fue que se les dijo algo que ya sabían. El espectador no fue confrontado con nada.

Las actividades culturales que tanto están de moda en seminarios, encuentros, plazas comerciales, escuelas y demás producen el mismo efecto. Al espectador, como dice mi abuela, se la ha dorado la píldora. Ahora puede regresar a su casa asumiendo que ha hecho algo bueno sólo porque, mientras compraba los pantalones, se detuvo a escuchar a un charro que cantaba con pistas.

lunes, 23 de noviembre de 2009

Teatro a gritos

El pasado fin de semana asistí, con unos amigos, a la final de la Tercera Muestra Estatal de Teatro Mexiquense. Tanto en el auditorio del Museo de Arte Moderno, como en el ágora del Museo de Antropología e Historia, ambos ubicados en el Centro Cultural Mexiquense, se presentaron tres obras, representativas, dijeron, de tres áreas del Estado. Por un lado Naucalpan, con una obra de Brecht, por otro Nezahualcóyotl con Fernández de Lizardi y por este lado, Toluca con un Don Juan Tenorio.
No debo decir, pero lo haré, que sólo terminé de ver la de Brecht, y eso porque su duración no excedía los cuarenta minutos. Las tres obras, que representan, a decir del rimbombante título de Muestra Estatal, lo mejor de lo mexiquense, son arrítimicas, seseadas, sobreactuadas, pobres en su producción y, también lo diré, aburridas.

Paréntesis confesional. Estos amigos y yo somos parte de una asociación civil que ha gestionado la organización de la Muestra Estatal de Teatro para el año 2010. Nuestra labor de negociación algo ha conseguido para este efecto, cosas que contaré en su momento, cuando se tengan las firmas adecuadas. Pero nuestra intención no era hacer una crítica de la organización, tampoco es el fin de este texto. La idea era comprender algo del panorama estatal en materia escénica. Y la verdad es que nos dio un poco de miedo.
No podemos culpar completamente -de la baja calidad en la obras estatales- a las compañías independientes (la obra brechtiana nació en un taller escolar de Acatlán), tampoco podemos responsabilizar del todo a las instancias de gobierno como el Instituto Mexiquense de Cultura (porque algún intento hace organizando Muestras al vapor para alcanzar objetivos institucionales). La culpa está en el aplauso ciego de quienes se han quedado a ver hasta el final del montaje. En las alabanzas cuando se encienden las luces. En el cretinazgo que parece enseñarse en las escuelas de teatro.

El teatro mexiquense es irrespetuoso con el trabajo de terceros. Por ejemplo: el grupo O de Madera -que fuera el primero en presentarse en escena, que es el grupo local, el anfitrión-, no fue capaz de observar las obras de sus compañeros competidores. Supongo se saben tan chingones que no tienen por qué perder el tiempo viendo el trabajo de los demás. Lo malo es que quienes estamos interesados en el teatro local, debemos chutarnos todos los bodrios, parejos.

El teatro mexiquense se hace a gritos.
Una de las deficiecias de este teatro es la falta de profesionalización. El director no pueden dedicarse únicamente a dirigir; también cose el vestuario y diseña la iluminación (cuando no tiene que sentarse frente a la consola y trabajar la iluminación y el sonido durante la representación), eso sin contar su constante pleito por aquello de solucionar lo de los dineros. El actor suele ser el tramoyista y el diseñador del programa de mano. Es decir, las condiciones actuales para producir teatro no son las óptimas. Por eso es que me quejo de la calidad de la escena mexiquense, pero sigo siendo un espectador entusiasta, y por eso es que estos amigos y yo (que compartimos algunas visiones al respecto) estamos proponiendo cosas.

La calidad de las puestas que participaron en Muestra Estatal es una tristeza, y seguramente no se modificará mucho el año que entra -a pesar de lo que estamos proponiendo- cuando nos toque organizarla. Eso no significa que debamos conformarnos. Tampoco que debemos guardar silencio. Mucho menos dejar de ofrecer opciones.

Con todo (y como dice mi maestro), es mejor este teatro a ninguno. Aunque den ganas de salir a mitad de la función, y sea ofensiva la cretinez de los teatreros.

sábado, 21 de noviembre de 2009

Exposición placera

Hace apenas unos minutos, mientras me dirgía al café de los miércoles y sábados, debí caminar sobre este pasillo multidisciplinario (por la presencia omnipresente de payasitos callejeros, la escultura del hombre que nombra al espacio, y los patinetos que generan ese ruido de roce tan liberador) que se llama Plaza González Arratia, en el centro de la ciudad de Toluca. Justo al costado de los Portales. Allí se encuentra una exposición al aire libre, montada sobre estos tablones pintados de blanco que usan para todo, y que es auspiciada tanto por el Instituto Mexiquense de Cultura como por el ayuntamiento de Toluca. Cuarto Marathón de la Plástica Mexiquense se llama la exposición.
No es la primera vez que paso por ahí, y por supuesto que ya me adentré. Las piezas que se encuentran en un asunto como este, puede imaginarse, van desde las piezas que nunca hubiéramos necesitado ver (que son las más), pasando por piezas que intentan lograr algo, y llegando hasta las piezas que confrontan y se comunican con el espectador (que son las menos). Aquella primera vez me encontré con la persona que organiza esta exposición, y cuyo nombre artístico (innecesario acalarar aquí) alude al dios que habita en esta ciudad. Afortunadamente, aquella vez este artista plástico charlaba con algún incauto y yo pude ingresar en la exposición sin ser acosado.
Hace rato, sin embargo, esta misma persona se encontraba a la entrada de la exposición a la espera. Decidí, debo confesarlo, dar un rodeo y no toparme con él. Que no me aborde con explicaciones y haga lo que es su costumbre: provocar lástima para que compremos su obra. Y, aunque respeto su trabajo plástico, no es de mi agrado, además de que no poseo los dineros suficientes para comprar, ni siquiera por lástima.
Este hombre es un artista en casi todos los sentidos de la palabra. Vive para pintar y su trabajo ha logrado un reconocimiento por méritos propios. Según sé, no se dedica a otra cosa aparte de la plástica, y con eso mantiene a su familia. Todo eso es loable y digno de admiración. Además de que la existencia de personas como él evidencían un problema -ya muy mentado- de nuestra sociedad: el artista tiene derecho a vivir de su trabajo. El gobierno no debe pedir favores a los artistas (por aquello de que la cultura es gratuita, aunque salga de los mermados bolsillos del productor artístico), y la sociedad debe aprender a valorar los productos del arte.
Por esta razón, el artista debe dejar de lado la actitud (muchas veces) mendigante. Una de las necesidades apremiantes es que la sociedad comprenda al artista ya no como un ser divino que, aunque viva en la pobreza extrema (o que deba vivir en ella), está tocado por una gracia extrahumana. Rosa Montero, en su columna A fondo de El País semanal dice que "Los artistas no son gente distinta a los demás". El artista lo mismo debería pagar impuestos que tener horas de descanso. Y ni qué decir de esta práctica de solicitar a los artistas sus opiniones sobre cualquier tópico, aunque de su boca salgan sandeces, porque, como dice Montero "nadie puede ser un experto al mismo tiempo en economía, sindicalismo agrario, rock progresivo, apicultura e incursiones bélicas, por poner un ejemplo".

El artista no tiene por qué ser un hombre apesadumbrado por las tragedias, no debe vivir en una depresión (tratable y muches veces curable) constante. Tampoco es necesaria la abstracción eterna (porque se está siempre en contacto con las musas inexistentes). El artista tiene que conocer las técnicas necesarias para comunicarse con su expectador a partir del lenguaje artístico que ha elegido. Y eso requiere de estudio, dedicación y sí, una sensibilidad educada y muchas veces nata.
Cuando las sociedad y el gobierno terminen de comprender esto, y más aún, cuando el productor artístico termine de asimilarlo, tal vez encontraremos, incluso en las exposiciones placeras, más piezas que valga la pena observar; y no será necesaria la mano de los institutos culturales de estado o los apoyos de los ayuntamientos para hacer una muestra pinche. Tampoco seremos acosados por un artista que busca conmoverte con las palabras, porque sabe que su obra no lo va a lograr.

viernes, 20 de noviembre de 2009

Primero

La necesidad de dormir sin una razón. Todo el tiempo. Echar una pestaña: en la mesa del café, frente a la computadora, en la banca del parque. Dormir es productivo. Narcolepsia para evadir, para la incongruencia y para la comprensión de las realidades que se afrontan. Para ser una tercera persona y no. Para cosas sin sentido. Para generar preguntas y proponer, no lo sé, respuestas.
Narcolepsia espera cobrar sentido con el paso de los meses.