domingo, 31 de enero de 2010

#Ctescritores y #Herpetariocuentario/Fogata/Apestando

Sábado 4 de la tarde. Narcolepsia. Cuatro y media. Dio inicio la sesión del #Ctescritores. Los puntos, varios. Iban a permitirme ser asociado. Y votaron por un sí, que lo sea. Soy asociado. Hubo aplausos. Me dieron  gusto muchas cosas: i. Vi a @albertochimal, le di un abrazo y agradecí por que aceptó ser mi tutor=asesor=guía en el desarrollo del proyecto #Herpetariocuentario; ii. El Centro tendrá una Comisión Editorial que estará coordinada por Félix Suárez y esto debiera ser noticia estatal: Suárez tiene pasado, presente y futuro en la edición de libros en el Estado de México, y es el poeta. El Poeta;  iii. Me dieron el primer pago de la beca; iv. Junto a mí, fue nombrado asocaciado José Luis Herrera Arciniega. Lo que no me dio tanto gusto fueron: a) las condiciones económicas del #Cteescritores: falta, como puede imaginarse en una AC, un chingo por recaudar fondos. Yo quise hablar de un comisión permanente, un proyecto continuo, para recaudación de fondos. Lo que hubo sólo fueron ideas, innegablemente buenas, pero sueltas. y b), el #Ctescritores ha prohibido fumar en sus instalaciones. ¿Y ahora, dónde escritor café y cigarro juntos? También debiera se noticia estatal//Llegó mucho familia a casa de mis padres. Gente no conocida en su mayoría. Primos y primas queridos también, acompañados de sus descendientes. Hicimos una fogata.


El fuego ardió desde las diez y hasta las ocho de la mañana del día siguiente. Largos momentos de carcajadas. @Baronficcion se burló de todos. No fui la excepción y, qué hacerle. Mi hermano sabe de eso: humor a costa de todos, incluso de él mismo. El cliché (cómo me gustan) de la música viejita en la radio de un celular. Take my breath away. Viejas maderas que mi familia fue recaudando durante más de tres lustros. Ardió una escalera completa, dos mesas plegables, una vieja cama, cabos de azadón y zapapico, una tarima. Jugamos con el fuego. Lo hicimos alto y delgado, luego ancho y poderoso. Hubo quemazón de piés. No dormí en toda la noche. Y mi cámara perdió la mayoría de las fotos: el acumulado de cervezas, el rojo ardiente de las brasas, la prima trastabillando. Los jas jas jas. Lo malo, no estuvo @areligarcia19 conmigo.// Me duele el cuerpo. La ropa arrojada al cesto apestó a humo el cuarto completo, ni siquiera #Raymondelcuyo huele tan mal. Ni siquiera yo huelo tanto a León. Tengo sueño atrasado y escribo esto. ¿Qué ganas? Comprenderme.

viernes, 29 de enero de 2010

@culturaentoluca/Cafetales/y el cambio

No llegué al trabajo, en tunAstral, porque no pude despertar. No es chistoso en realidad. Mi cuerpo otra vez tuvo un ataque narcoléptico. Debía estar a las siete de la mañana en la oficina para presentar un libro tunAstralo en una escuela secundaria. No pude levantarme. Los ojos se mantuvieron cerrados y la mano izquierda apagó la alarma del celular una y otra vez, cada diez minutos. Me reporté enfermo. El estómago, dije a mi jefa, a las nueve de la mañana, vía mensaje de texto. Me quedé en casa para tuitear un rato, revisar algunas lecturas pendientes, y continuar con la creación del blog del Ocotito. El suceso del día, @delaqueva organizó un tuit para dar noticias de cultura en #Valletoluca. Me invitó. Me gusta la idea, pero no me la creo del todo. A eso de las cuatro ya era noticia: "periodistas culturales, inconformes con el cierre de espacios, como periódicos, abren este tuiter que también será blog". En Radio Mexiquense, @silmaheret era entrevistada por @alonsoguzman al respecto. Más tarde, @milenioedomex daba la misma nota. Todos estamos inconformes por el cierre de la sección cultura de Impulso; pero, ya dije, no me la creo del todo. He visto ir y venir proyectos culturales en mi querido Valle. A veces no funcionan, a veces nos aburrimos, a veces son ambiciosos. Ademas éste, como otros proyectos, nace sin planificación. La gran ventaja es que nace de una necesidad real. Y por eso voy a entrarle con todo. Procuraré que sea divertido, cambiante, y un desafío cotidiano. El blog ya está abierto, pero a estas alturas no tiene ni una sola nota. Cuando tenga algo publicado lo compartiré. //Más tarde fui por @Areligarcia19 a su casa. Fuimos a un restaurante chino, frente a la #plazagozalezarratia: mucha grasa y más sal que nunca. Un verdadero manjar. Lo cuento como excusa para lo que siguió. Nos subimos al #Catorce, mi coche, y recorrimos tres sitios que recomiendo: Charco Café,  Tantra Lounge, y Rocco Café. En el primero el grano es excelente. En el segundo la carta de tés es insuperable. En el tercero ponen cine. En todos se puede fumar. Fuimos a repartir Ocotitos, la revista. Todavía no me asumo como vendedor. No me termina de gustar la idea. Pero he dicho que me comprimetía y lo pienso hacer. También me comprometeré con @culturaentoluca. A fondo. Recorrer las calles de Toluca siempre es un placer. Todavía no sé la razón de que así sea. Tal vez porque lo hice sin prisas; porque charlaba con mi chica; porque me tocaba ver el anochecer; porque quiero a esta ciudad apersonalizada. Antes del regreso, pasamos a un café en Metepec para hacer lo mismo. Metepec es amable, pero siento una sonrisa plana de sus habitantes. Supongo que es viernes por la noche, y es quincena, y todos esperan una derrama económica en los bares. Tal vez es eso.//Terminamos la jornada estacionados frente a un parque cerca de casa de ella. Un parque vacío de corredores nocturnos y de perros paseados. Fumamos un par de veces, seguimos charlando. No fueron asuntos de ventas, tampoco de cultura, mucho menos de tuits o blogs. Era sobre nosotros, de que quise poner una lona hoy por la mañana, de que ella jugó con sus perritas, sobre la novela de ciencia ficicón que tenemos en común, y sobre viejas caricaturas japonesas. Sobre nosotros. Eso fue lo mejor de todo.//Pongo al final esto: Narcolepsia se aleja de un lenguaje y un discurso que nunca logró. Lo escribí al final para que nadie lo leyera. Para que no se enteren. Para que no extrañen lo que no llegó a estar aquí. Tampoco borraré lo anterior. Que quede constancia de que, con todo, nada cambia.

miércoles, 27 de enero de 2010

Las calles [colaboración para El Ocotito]

   Para @delaqueva, @ItzelBlue

Hubiera querido escribir sobre calles. De ahí el título. Incluso tecleé media columna sobre abrir la puerta de casa y dar un paseo. A pie o en coche, en autobús. Recorrer las calles. Debí borrarla. La idea no se dejó. Se me antoja más escribir sobre viajes. Sí, todo viaje inicia en la puerta, se toma una calle. Me refiero al hecho de la partida. A veces partimos rumbo a la oficina. Un viaje chiquito. Una ausencia corta, pero ausencia. A veces salimos más tiempo. Viaje de negocios. Vacaciones. Fin de semana. Regresamos. A veces en solitario (y la ausencia se comparte entre más personas, las que se quedan). A veces, en cambio, acompañados (y, por ende, la ausencia se repate entre menos). Otra veces, ay, nos vamos por tiempo más largo. Varios meses. Varios años. Una vida. El viaje corto se elonga. El largo se puede interrumpir. A veces la prospectiva anuncia el no regreso. Nos quedamos los hijos, los padres, los primos, los amigos. ¿Dónde anda? ¿Está bien? ¿Encontró lo que buscaba? ¿Su horizonte será tan hermoso como el Xinantécatl vestido de blanco? (No lo creo). Esta columna ni es columna ni es sobre calles ni es sobre viajes. Partidas. Es sobre los que se quedan. Alguna vez yo partí: toda mi familia lo hizo. Dejamos el primer hogar, el segundo. Nos quedamos aquí, vemos al señor desnudo que se viste de blanco. Todos tienen derecho a irse. A quedarse. Se quedaron amigos, novias, familia. Hicimos nueva familia. Los que se quedaron hicieron lo propio. Esta columna que habla de símbolos ahora charla sobre uno. La ausencia. El niño llora por mamá. El remitente se vuelve destino. El café es soluble. También existe el derecho a extrañar. Lo que dejamos atrás. Lo que se fue (a quien dejamos atrás, a quien se fue). Depende la perspectiva. Decimos ojalá regresen. Decimos a lo mejor regreso. (Decimos no quiero regresar). Esta columna tampoco es sobre los que se quedan. Es sobre habernos ido. Es señalar el punto del mapa. Allá estoy. El que se va (los que se van) puede(n) abrazarse a si mismo(s). El que se queda, lo mismo. Es decir: Acá o allá es lo mismo. La ausencia se siente en ambos lados. Estamos iguales. Pero no, eso no queda. Se extraña al amigo. Esta columna tampoco es sobre el símbolo. Es sobre el cliché. Esto ya se dijo. Se seguirá diciendo. No importa. La vida sigue (otro cliché). Todo se supera (cliché). A veces se olvida (uno más). El peor cliché: es para el bien (¿de quién?, ¿del que se va?, ¿del que se queda? ¿Por qué, si los dos son ausencia?, ¿cómo podría ser bueno?) Pero el cliché es razón. Y esta columna ni es columna ni habla sobre calles ni sobre viajes ni sobre símbolos ni sobre clichés. Son palabras. Es charla. Yo tengo a quien abrazarme, para esos casos. Deseo lo mismo. Hubiera querido escribir sobre las calles. Me quedé con el título.

Café [colaboración para revista]

Antes de escribir me he preparado un café. Es ritual. Cada vez que me siento ante un libro para desentrañarlo, cuando navego por Internet por placer, al verme con los amigos o mi pareja, y sobretodo al escribir, bebo café. Ahora, además, tiene que ver con el fresco de los días invernales y el encierro que significa estar en una oficina que resguarda libros del sol y la intemperie: el lugar donde laboro.

Este ritual no es de mi propiedad. El café se sirve para mediar mesas políticas; la pareja de enamorados que soluciona conflictos o alarga el acto amoroso; el joven estudiante y el empleado acuciados por una entrega urgente; el camionero que viaja quince horas de trayecto para entregar su mercancía; el oficinista que llega medio despierto a su escritorio; el indígena que labra la tierra, e conferencista famoso o el especialista en una mesa de debates: todos beben café. En algunas comunidades costeras o del sur en nuestro país también se sirve al niño.

Despertador, alertante, estimula con cacao, bien caliente, endulzado con piloncillo y canela y preparado en una olla de barro, molido con el metate o con un aparato profesional, enorme o casero. Para el calor se bebe con hielos. En las viejas películas mexicanas, en blanco y negro, se le ve en presentación soluble, en una marca que hasta la fecha vive en más de una alacena, probablemente la nuestra. Se prepara en casa por la mañana, se solicita en el bistró o se pide, mediante la insersión de monedas, a una vending. Se guarda, ya preparado, en recipientes térmicos. Si fue comprado en una tienda de conveniencia mexicana se bebe con un popote (no entiendo esta práctica). Con leche, sin leche, con azúcar, sin ella. Con hierbas, masticado, con una coca cola. La cafeína se suma al ácido acetil salicílico y al paracetamol para quitar las cefaleas o estudiar sin la presión del sueño. El café para limpiar el estómago, el café para hacer la mascarilla.

También se le puede beber dentro de la novela, dentro de la pantalla, cuando los protagonistas que hemos aprendido a querer/odiar beben café sensualmente, acompañado por un cigarro. Se le puede beber en la historia de nuestro país o en la de América Latina. Cortázar bebía café en París, junto al Sena. La cabra (aquella del mito) que comía granos que la hacían mantenerse despierta toda la noche y el cabrero tan hábil que buscó imitarla para descubrir este grano. Podemos beber el café en el arte. En la pintura, en el teatro. Los beatles bebieron café en una fotografía. En Toluca, el café preparado por el pintor Matinef era legendario: el pozo del pozo revuelto con café de ayer revuelto con café de antier y servido en tazas nunca lavadas: dijeron los que se animaron a probarlo que era prodigioso. Las telenovelas no se han sustraído de la práctica (¿cómo no recordar a la original Gaviotica, charlando en colombiano y dejando sus labios marcados en el empaque de un café de altura?)

Y las frases célebres pintadas en cientos de cafeterías: "Es verdad que el café es veneno lento, lo bebo desde hace cuarenta años", "El amor y el café que se han enfriado nunca saben igual, incluso si se les recalienta", "Lo malo del café no es que sea diurético, sino que te dan hartas ganas de mear".

El Valle de Toluca se ha vuelto un espacio ideal para consumirlo. El largo invierno que se vive en estas latitudes (otoño e invierno unidos en una sola estación, larga larga), el fresco que vivimos. Podemos hacerlo mientras, como ahora, en el horizonete el Xinantécatl se viste de blanco; mientras el viento sacude los árboles; mientras nos arropamos con bufanda y seres queridos; acompañado de un par de galletas y escuchando, por ejemplo, música de los países que producen café: siempre alegres incluso en la desgracia. O en soledad, recordando a quienes quisimos y nos quisieron; recordando, pues, las veces en que beber una taza de cafe significó algo especial.

Los dejo ahora, voy a servirme otra taza, de ésas cuyo vapor aromático augura un gran día.

miércoles, 13 de enero de 2010

Los Arreolas no abundan (colaboración para El Ocotito enero 2010)

Casas de cultura, cafeterías, bibliotecas, museos, plazas abiertas, algunos hogares y las redes sociales por Internet son potenciales sedes para que suceda un taller literario. Y hay modalidades. Algunos talleres reúnen a personas que se consideran como iguales entre ellos y entre todos existe un labor de crítica sobre los trabajos literarios mostrados. La forma más usual de taller literario es donde existe un coordinador (el maestro) que es quien desea compartir su experiencia en las letras con otros de menor rango (por su experiencia).
Básicamente, en un taller literario se leen los textos de alguno de los participantes y los demás deben comentar aciertos y errores encontrados. Si existe la figura del coordinador, éste dará la última palabra y el escritor deberá renunciar a su sueño artístico o, si bien le va, reescribirá su cuento, poema, ensayo o guión dramático.
He sido participante en varios talleres literarios, en ambas modalidades. Incluso coordino talleres en las ciudades de Toluca y Metepec. Y con todo me he permitido dudar de la pertinencia de ellos. ¿Sirven realmente? ¿Se han generado verdaderos escritores en los cientos o miles de talleres que existen en todo el territorio nacional? La pregunta es difícil de responder. Sobretodo porque, aunque algunas de nuestras plumas más prestigiadas han pasado por talleres literarios, todos ellos tienen otros respaldos de información y experiencia que complementan sus trabajos literarios.
Y no debemos olvidar que la figura del taller literario no es tan vieja como la palabra literatura. Es decir, los grandes maestros universales de todos los tiempos difícilmente acudieron a sesionar sus textos con otros amigos mientras escuchaban música de una grabadora o de plano bebían un buen whiskey.
Algo más. Si bien otros talleres, sobretodo los impartidos en Casas de Cultura, sirven para iniciación a las diferentes artes, el taller literario se queda ahí. El asistente no podrá asistir a una licenciatura en creación literaria porque no existe. Las carreras de Letras, en todo el país, no están hechas para producir escritores, sólo conocedores. El licenciado en letras (para proponer el ejemplo de un amigo) es el ginecólogo. Mientras que el escritor es quien hace al bebé. Debo aclarar que las escuelas de escritores en este país son sólo muchos talleres literarios en un mismo sitio, con algunas clases de historia del arte.
Con todo, esto es el siglo XXI, aún, por su infantilidad, un siglo dependiente del XX. Y no es sencillo imaginar la escena literaria del mundo sin los talleres. Con todo y la falta de técnicas didácticas por parte de los coordinadores. Con todo y el peligro inminente de la influencia negativa del coordinador (que el tallerista escriba con el mismo estilo del maestro). Con todo y la desigual calidad del maestro, que bien puede ser un chantajista o un verdadero líder de opinión. Los Arreolas no abundan.

domingo, 3 de enero de 2010

Lana y papel que vuelan

El dia de hoy fui a Gualupita, nombre cariñoso a un municipio del Estado de México que tiene por labor cotidiana la hechura de ropa de lana. Mucha de ella muy hermosa. La sorpresa fue que me encontré con este espectáulo de globos de cantoya en la plaza pública. No me lo esperaba. Fue muy grato.



Fueron varios intentos para que el globo se elevara, pero al fin lo logró. He aquí el último de los intentos.