domingo, 25 de abril de 2010

Backache/solomillo/y tecolotes blancos en el cerro.

Qué complejo, me dije más de una vez, resulta tener un ritmo apropiado. No basta con la simple idea, me seguía diciendo, de trabajar en dos libros al mismo tiempo; un diario de campo, un blog, exige un titipuchal de tiempo del que no dispongo. Desde el principio fantaseé con la imagen romántica del escritor nocturno que, solitario en casa, se siente frente a la computadora y, café caliente y dona, escribe en su diario público las vicisitudes del día.  Esta imagen se complementa con  la posibilidad de que cualquier navegante del mundo se tope con estas palabras, aunque narcolépticas, y tal vez lea algo soso o emocionante sobre cómo vive su vida un tal Alejandro que, por el momento, escribe un libro de cuentos por el que le dan una beca y escribe otro libro por el que le dan un sueldo.
Las excusas y las imágenes se reacomodaron una y otra vez, para reconstruir razones por las cuales no cuelgo nada apropiado en un espacio que desde hace tiempo necesitaba tener. He estado leyendo los blogs de otras personas, y he aprendido a conocer a otros separados de mí en el espacio y, casi todos, en el tiempo. Lo verdaderamente complicado, después lo supe, no es el proveerse de tiempo para escribir en un blog. Pero ni siquiera eso sé, pues la excusa se ha modificado (aunque la imagen no). De la falta de tiempo pasé a darme cuenta que mis temas son harto rechazantes, cuando tengo un tema. Sé que todo lo que escribo son excusas y me quejo de que ando enfermo, que me siento enojado por la depresión o cansado y narcoléptico. Las palabras son negativas (narcolpesia es una palabra narcoléptica).
Al principio creí que quería este blog para hacer crítica cultural del Valle de Toluca y, ¿por qué no?, del país. Pero pronto me di cuenta de mi error. Mis necesidades no van por ahí. Quería hablar de mí y de lo que siento (la bronca es que todo lo que siento en los últimos meses, ya lo he contado, son la narcolepsia y la ira).
También he notado mi propensión a no concluir las ideas cuando escribo (como en este post), cosa que hace que lo que yo escriba sea incomprensible. O saltar de un tema y regresar al anterior. ¿Qué más da?
Ya sé a cuál es mi problema: no es la falta de tiempo o el eterno sueño. Es el famosísimo y mentadísimo miedo a mostrar cómo soy. Tal vez tengo miedo de darme cuenta que no sé quien soy, que no soy lo que debo ser. Que no debiera estar aquí sino en otro lado.


Lo que mantengo es esta imagen fantástica: la posibilidad de escribir y que las palabras se vayan al aire inmóvil pero inmenso de la red. De pasar a una inmortalidad que es alterna, finita y desechable. Hablo a la nada para que nadie me escuche, pero queda constancia de eso que digo.
Me siento a gusto de vuelta en mi blog. Mi diario de campo. Mis ganas de decir las cosas.

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